Seguimos examinando las Escrituras, a la luz de observaciones hechas por personas en la historia que han vivido de realidad de la Palabra en su propia vida. Hoy tocamos Colosenses 3:12–17, con una reflexión de Pío de Pietrelcina del siglo XX.
Las virtudes más importantes
En las últimas semanas, he estado leyendo todos los días un libro que toma un pasaje de una de las cartas de san Pablo y lo combina con una reflexión de diferentes escritores cristianos.
Hace un par de días, el pasaje de las Escrituras provenía de Colosenses 3:12-17, que incluye las instrucciones de Pablo de que si permitimos que la paz de Dios gobierne nuestros corazones y que Cristo more en nosotros, daremos fruto.
Dios los ama a ustedes y los ha escogido para que pertenezcan al pueblo santo. Revístanse de sentimientos de compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia. Sopórtense unos a otros, y perdónense si alguno tiene una queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes. Sobre todo revístanse de amor, que es el lazo de la perfecta unión. Y que la paz de Cristo reine en sus corazones, porque con este propósito los llamó Dios a formar un solo cuerpo. Y sean agradecidos.
Que el mensaje de Cristo permanezca siempre en ustedes con todas sus riquezas. Instrúyanse y amonéstense unos a otros con toda sabiduría. Con corazón agradecido canten a Dios salmos, himnos y cantos espirituales. Y todo lo que hagan o digan, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él.
La reflexión de ese día vino del Padre Pío (1887–1968), que era un fraile, sacerdote y místico italiano, y fue canonizado como santo en 2002. Escribe esto bajo el título: «Consejo para uno que está esforzándose para hacer la voluntad de Dios».
En cuanto a lo que me has preguntado, no quiero decir nada más acerca de tu espíritu que esto: mantente tranquilo, esforzándote cada vez más intensamente con la ayuda divina, para mantener la humildad y la caridad firmes dentro de ti, ya que son las partes más importantes del gran edificio, y todas las demás dependen de ellas. Mantente firmemente aferrado a ellas. Una es la más alta, la otra es la más baja. La preservación de todo el edificio depende tanto de los cimientos como del techo. Si mantenemos nuestros corazones aplicados al ejercicio constante de estas virtudes, no encontraremos dificultades con los demás. Ellas son las madres de las virtudes; las otras virtudes las siguen como polluelos siguen a su madre.
El Padre Pío no especifica cuál es cuál, pero al reflexionar sobre esto, pensé que el fundamento de mi vida debería ser la caridad, profundamente arraigada en el amor, y el techo de mi vida debería ser la humildad, para poder darme una perspectiva y recordar que soy lo que soy solo por la gracia de Dios.
Señor, ¡que esté enraizado en tu amor! Señor, ¡que nunca piense demasiado de mí mismo! Todo lo que soy te lo debo a ti. ¡Gracias, Dios!
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