Aún recuerdo esas tardes calurosas que mi familia y yo disfrutábamos bajo la sombra del árbol de mango, justo frente a la calle. Allí es donde solía sentarse uno de mis tíos cuando venía de visita. Era un tipo alto y delgado con una voz ronca y aguda muy peculiar que cruzaba la pierna derecha completamente sobre la izquierda mientras hacía uso provechoso del reposabrazos de la silla y comenzaba a conversar.
En una ocasión, recuerdo, dijo con su risa pícara y sarcástica mientras comentaba sobre sus negocios, «¡a mí que tan mal me caían los ricos, que Dios me castigó al hacerme uno de ellos!». Siempre podíamos esperar algún comentario cómico de él.
Ha pasado mucho tiempo desde aquellas épocas, suficiente para reflexionar sobre el comentario de mi tío y cómo cada persona tiende a adoptar una posición sobre el dinero, ya sea por hábitos aprendidos en el núcleo familiar, en libros o sesiones profesionales especializadas, o en los medios de comunicación populares.
Al casarnos, cada uno trae su propia postura y eso puede causar fricción en el matrimonio, pero no tiene que ser así. Dios nos enseña la forma correcta de utilizar las finanzas. De hecho, Jesús hizo del tema del dinero uno de los más comunes sobre los cuales enseñó y tenemos acceso a sus enseñanzas en la Biblia.
Cambio de perspectiva
Una de las lecciones más importantes que mi esposa y yo hemos aprendido es que Dios es el dueño de todo (Salmos 24:1, Hageo 2:8) y nosotros somos sus administradores (Lucas 16:11–12). En las recientes palabras de mi pastor «Dios no vive en nuestro mundo, nosotros vivimos en el suyo». Si Dios nos ha confiado las riquezas terrenales, seamos proactivos y responsables para que al final escuchemos las palabras «Muy bien, eres un empleado bueno y fiel; ya que fuiste fiel en lo poco, te pondré a cargo de mucho más» (Mateo 25:23a).
Algunas prácticas que nos han ayudado a mi esposa y a mí a administrar el dinero de Dios de forma sabia son las siguientes:
- Orar. A Dios le interesa que nos comuniquemos con él sobre todo, incluso sobre las finanzas. Él espera que nos acerquemos a pedirle sabiduría y dirección (Santiago 1:5). Mi esposa y yo a menudo tenemos dudas sobre cómo asignar el dinero y las traemos a Dios en oración sabiendo que él nos dará la respuesta.
- Crear un presupuesto. El principio para este tipo de planeación se encuentra en Lucas 14:28, «Si alguno de ustedes quiere construir una torre, ¿acaso no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla?». El objetivo de tener un presupuesto es poder saber con claridad cuál es el ingreso, para adecuar todos los gastos a ese ingreso, no al revés. Durante la planeación de nuestro presupuesto, tomamos en cuenta cuánto designaríamos para invertir en el reino de Dios, cuánto para nuestros gastos, y cuánto para invertir en otras personas y causas. Los límites del presupuesto nos permiten comprar los zapatos que necesitamos sabiendo que tendremos lo suficiente para pagar la renta. ¡Ese tipo de tranquilidad no tiene precio!
- Combinar nuestras finanzas. Tenemos una cuenta bancaria compartida y cada semana revisamos los gastos, tomando decisiones juntos sobre cómo distribuir el dinero. Con estas prácticas promovemos transparencia, fortalecemos el sentido de confianza, y expresamos nuestra unidad (Marcos 10:8).
- Adquirir conocimiento sobre el mundo de las finanzas (Proverbios 18:15). Mejorar en cualquier área requiere esfuerzo y estudio. Mi esposa y yo continuamos aprendiendo sobre cómo administrar las finanzas de manera más efectiva para poder invertir más en otras personas y causas. A través de estudios bíblicos, amigos sabios y sugerencias de expertos, seguimos creciendo en esta área.
Reflexiona: sabiendo que lo que tienes, mucho o poco, es de Dios ¿qué prácticas necesitas implementar o modificar para administrar responsablemente lo que Dios te ha confiado?
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