«A los pobres siempre los tendrán entre ustedes…»
He vivido la mayoría de mi vida adulta en ciudades grandes: San José, Costa Rica; Lima, Perú; Nueva York y Filadelfia. Una cosa en común de todas estas ciudades es la presencia de la gente necesitada. Muchas de ellas viven en su propio mundo sin ser vistas y son casi olvidadas, pero algunas se encuentran en las vías principales, muchas veces con carteles y ahí les piden a aquellos que pasan que les den una limosna. Hoy, como todos los días comunes y corrientes, entre mi oficina y el tren que me lleva a casa —unas pocas cuadras— voy a pasar cerca, por lo menos, de dos o tres personas que me pidan algo.
Esta realidad siempre provoca conversación entre los que aman y buscan seguir a Jesús. El diálogo va más o menos así:
—La Biblia nos dice que debemos extender ayuda a los necesitados y quiero hacerlo, pero ¿qué hago cuando me encuentro con la misma persona día tras día? Estoy casi seguro de que me está engañando.
—Entiendo, veo un señor que, sin duda, usa el dinero que recibe para apoyar su adicción. ¿Cómo puedo participar en esto?
—Sí, a veces ofrezco comida en vez de plata y la persona me grita.
La Biblia es muy clara en lo que nos indica
Si tienes alguna duda en cuanto a lo que la Biblia nos instruye sobre nuestro comportamiento con los que nos piden ayuda, sigue leyendo:
«Si hay algún pobre entre tus compatriotas en alguna de las ciudades del país que el Señor tu Dios te da, no seas inhumano ni le niegues tu ayuda a tu compatriota necesitado; al contrario, sé generoso con él y préstale lo que necesite» (Deuteronomio 15:7-8).
«A cualquiera que te pida algo, dáselo; y no le vuelvas la espalda al que te pida prestado» (Mateo 5:42).
Siempre les tiende la mano a los pobres y necesitados (Proverbios 31:20).
¿Qué hay del estafador?
Honestamente siento una lucha dentro de mí cada vez que me enfrento con alguien que pide algo de mí. Casi nunca llevo dinero, entonces puedo decir sin mentir que no tengo un dólar o sencillo para dar, pero en mi espíritu sé que no estoy cumpliendo con lo que el Señor nos manda. Y la pregunta más importante es, ¿me toca a mí determinar quién es digno y quién no lo es?
Durante este año estoy leyendo Un año con los Padres de la Iglesia (A Year with the Church Fathers). Hace unos días encontré una cita atribuida a Hermas que vivió en el Siglo II.
«Haz lo que es bueno, y de todas tus labores, que Dios te da, da a todos los que están en necesidad generosamente, sin hacer preguntas sobre a quién has de dar y a quién no has de dar. Da a todos, porque Dios desea que todos reciban de su abundancia. Los que reciben, pues, tendrán que dar cuenta a Dios de por qué lo han recibido y a qué fin; porque los que reciben en necesidad no serán juzgados, pero los que reciben con pretextos simulados recibirán el castigo. Así pues, el que da es inocente; porque como recibe del Señor el servicio a ejecutar, lo ha ejecutado en sinceridad, sin hacer distinción entre a quién da y a quién no da. Esta ministración, pues, cuando es ejecutada sinceramente, pasa a ser gloriosa a la vista de Dios. El que ministra así sinceramente, pues, vivirá para Dios.»
(El Pastor de Hermas, Mandato 2)
Sencillamente, lo único que debo hacer es dar. Estoy dando a Dios, no a una persona digna o indigna, no es mi deber juzgar. Dios sabe hacer lo que es necesario con mi disponibilidad. Entonces, compré una caja de barras de granola y ayer camino a casa, paré ante dos hombres, les involucré en una conversación y les expliqué que no tenía plata, les ofrecí una barra de granola. Estaban agradecidos. Hermas dijo: «Esta ministración, pues, cuando es ejecutada sinceramente, pasa a ser gloriosa a la vista de Dios. El que ministra así sinceramente, pues, vivirá para Dios».
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