He estado pensando mucho en los encuentros de Jesús con la gente en la mesa. Me pregunto cómo sería tenerlo como compañero de comida. ¿De qué hablaría él? ¿Caminaría por el camino de menor resistencia, haciendo todo lo posible para no mencionar temas incómodos? o ¿se concentraría en la necesidad más profunda de su compañero de cena como lo hizo con la mujer samaritana en el pozo? Jesús comió con una gran variedad de personas, justos y pecadores. Parece que Jesús nunca dejó una comida sin ofrecer también la salvación.
Sentarse para una comida tranquila que promueve la conversación puede ser un arte perdido. También es posible que hayamos perdido «el sentido de salvación en Dios». En su reciente libro El día ha pasado, el teólogo el Cardenal Robert Sarah dice que esta es una marca de nuestro tiempo. ¿Qué quiere decir él con eso?
El hombre no siente que está en peligro. Muchos en la Iglesia ya no se atreven a enseñar la realidad de la salvación y la vida eterna ... hay un extraño silencio sobre las últimas cosas. Los predicadores evitan hablar sobre el pecado original. Eso parece ser arcaico. La sensación de pecado parece haber desaparecido. El bien y el mal ya no existen. El relativismo, ese blanqueador terriblemente efectivo, ha borrado todo a su paso. La confusión doctrinal y moral está llegando a su apogeo. Lo malo es bueno, lo bueno es malo. El hombre ya no siente ninguna necesidad de ser salvado. La pérdida del sentido de salvación es la consecuencia de la pérdida de la trascendencia de Dios (pág. 47).
¿Te suena familiar el diagnóstico del Cardenal Sarah? ¿Recuerdas la última vez que te sentaste con un amigo y hablaste sobre las preocupaciones más profundas de la vida?
Almorzando con Jesús
Un día Jesús fue a Jericó, una ciudad que se hizo famosa en el Antiguo Testamento después de que una banda de música derribara sus paredes y edificios con fuertes trompetas y gritos. Siglos después, Jericó ha sido reconstruido y Jesús está de paso. Un recaudador de impuestos, de baja estatura y rico, llamado Zaqueo, quiere verlo. Debido a su estatura física y al tamaño de la multitud, Zaqueo corre hacia adelante y se sube a un sicómoro para tener una vista panorámica.
Puedes imaginar su sorpresa cuando Jesús de repente se detiene justo debajo de él, mira hacia arriba y dice: «Zaqueo, baja en seguida porque hoy tengo que quedarme en tu casa» (Lucas 19:5). Jesús se invita a almorzar. Ahora Zaqueo no estaba en la lista «con quién almorzar». Muchas personas se escandalizaron por la acción de Jesús. Los que estaban al tanto murmuraron criticando a Jesús, diciendo que «había ido a quedarse en la casa de un pecador» (versículo 7). Pero lo que otros pensaban no parecía importarle a Jesús, entonces Zaqueo tampoco dejó que eso le molestara. Se apresuró, bajó del árbol y recibió a Jesús con alegría.
¿Sobre qué hablaron? Mi tendencia sería hablar sobre: 1) el clima político de Jericó; 2) el éxito/fracaso del equipo deportivo local; 3) la hermosa casa y los muebles de Zaqueo; 4) el itinerario ocupado de Jesús de predicación y sanación; 5) o elegiste tu materia favorita.
Transformación en la mesa
Jesús pudo haber tocado esos temas, pero por principio Jesús se mantuvo en el tema. Lo describe en el versículo 10: «Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido». Jesús tenía un fuerte sentido de la necesidad de su anfitrión de algo más que alimento físico. Él vino a ofrecer alimento espiritual. Fue la misma «comida» que consumió (Juan 4:34). Para Jesús, nada hubiera sido más trágico que dejar a una persona sin un encuentro de buenas noticias. Para la mujer samaritana, la «buena noticia» fue conocer a un hombre que le contó todo lo que había hecho. Y no te olvides de Mateo (otro recaudador de impuestos que se convirtió en apóstol), y Simón el fariseo, y la mujer pecadora (que ungió los pies de Jesús cuando se arrepintió de su pecado, mientras este cenaba).
¿Qué le pasó a Zaqueo? No conocemos los detalles de la conversación, pero después de la cena, Zaqueo se puso de pie y le dijo a Jesús: «Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de todo lo que tengo; y si le he robado algo a alguien, le devolveré cuatro veces más» (Lucas 19: 8). ¡Impresionante! Para alcanzar ese tipo de arrepentimiento, ¿había recibido Zaqueo una paliza de Jesús al comer los latkes (una especie de panqueques de papa)? ¡De ningún modo! Jesús deseaba ansiosamente cenar con Zaqueo, no martillarlo con culpa y condena. Pero Jesús quería compartir con amor la verdad con este hombre, hablar sobre la realidad de la salvación y la vida eterna. ¡La verdad de que había venido a buscar y salvar a los perdidos!
Jesús le dijo a Zaqueo después de su confesión y compromiso de enmendar su vida: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa» (versículo 9).
Una «charla en la mesa» con Jesús
Nunca estamos más allá de la necesidad de una «conversación de mesa» con Jesús. Una de las invitaciones más significativas para una «charla en la mesa» en las Escrituras se ofreció realmente a una congregación, no a un individuo. En el último libro de la Biblia, Apocalipsis, encontramos a Jesús hablando con la iglesia en Laodicea. Esta iglesia tenía prominencia y pedigrí. Pablo mencionó a Laodicea en su epístola a los Colosenses y parece que también les escribió una carta, que también se menciona ahí. Sin embargo, cuando el apóstol Juan escribió el libro de Apocalipsis, esta iglesia necesitaba tener una reunión de «venir a Jesús». Jesús dice: «Yo sé todo lo que haces. Sé que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero como eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca» (3:15-16).
¿Eso parece severo, no realmente amoroso por parte de Jesús? Podríamos percibirlo de esa manera, especialmente si tememos o evitamos el autoexamen. Pero Jesús pronuncia estas palabras con gran amor y preocupación por los hombres y mujeres de la iglesia en Laodicea, unos cuarenta años después de haber recibido originalmente el evangelio. Lee los versículos 19 y 20 y escucha la invitación de Jesús: «Yo reprendo y corrijo a todos lo que amo. Por lo tanto, sé fervoroso y vuélvete a Dios. Mira, yo estoy llamando a la puerta; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos». ¿Alguna vez has tratado de comer con alguien con quien estabas en desacuerdo? ¿Alguien a quien lastimaste, agraviaste o maltrataste de palabra o de hecho? La comida parece quedarse en tu garganta, si es que puedes comer. Jesús entiende eso. Él nos conoce. Él conoce nuestro pecado. Él entiende nuestra propensión a perder de vista lo que realmente importa: ser ferveroso y arrepentirnos de nuestro pecado.
Una invitación aceptada por Jesús no puede evitar abrir nuestros corazones al pleno sentido de la salvación. Nuestras vidas serán transformadas. ¿Cómo es eso? Cuando aceptamos su invitación, nos preparamos y podemos extender una invitación a alguien en nuestra vida que necesita experimentar la misma gracia para la hora de comer que hemos recibido de Jesús. La próxima vez que te sientes a la mesa, ¿estarías dispuesto a compartir algo más profundo sobre ti? ¿Estarías dispuesto a hacerle una pregunta inquisitiva a un amigo? ¡Para ti y tu amigo, la salvación puede llegar a su casa!
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