Recientemente celebramos el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. La mayor parte de nuestro enfoque se centró en la narrativa de Belén: su nacimiento en el establo y la visita de los pastores, en Lucas, y más tarde, la visita de los sabios, en Mateo. Lucas también nos relata la historia de la presentación de Jesús en el templo a los 40 días de vida. En esa ocasión María y José lo llevaron a cumplir con los ritos de purificación y el sacrificio que se debe hacer por el nacimiento del primogénito. Hay mucha especulación en cuanto a la infancia, la niñez de Jesús. Han surgido cuentos apócrifos que hablan de milagros y viajes que realmente no tienen fundamento. El evangelio de Tomás, una escritura gnóstica de segundo siglo, trata de completar los detalles, pero no es confiable.
Sin embargo, antes de la visita de la Sagrada Familia al templo, en Lucas 2:41, solamente tenemos dos versículos que hablan de la vida de Jesús entre las dos visitas al templo, una a los 40 días de vida y el regreso al templo a los 12 años:
Después de haber cumplido con todo lo que manda la ley del Señor, volvieron a Galilea, a su propio pueblo de Nazaret. Y el niño crecía y se hacía más fuerte, estaba lleno de sabiduría y gozaba del favor de Dios (Lucas 2:39-40).
A veces con frustración expresamos el deseo de saber más de la vida de Jesús en el seno del hogar de la Sagrada Familia en Nazaret. ¿Cómo era Jesús cuando era bebé, cuando era niño, cuando era adolescente? ¿Cómo era la relación entre Jesús y sus padres? ¿Cómo fue la relación de Jesús con los otros niños en Nazaret? ¿Qué realmente haría por nosotros saber estas cosas? ¿Cómo nos ayudarían a amar, conocer y servir mejor a Jesús?
Parece que, por la inspiración del Espíritu Santo, san Lucas nos ha dado lo suficiente para tener un vistazo sobre lo que estaba pasando en aquel tiempo. Jesús, María y José «volvieron a Galilea, a su propio pueblo de Nazaret». Nazaret es el lugar donde Gabriel visitó a María para anunciar que ella sería la madre de Jesús. Fue desde Nazaret que José se fue con María para ir a Belén debido al censo de César, y allí nació Jesús. Y después de que la Sagrada Familia regresó de Egipto, evitaron Belén y regresaron a Nazaret.
Y de regreso en Nazaret, Jesús «crecía y se hacía más fuerte, estaba lleno de sabiduría y gozaba del favor de Dios». Con lo que sabemos de este versículo y lo que las Escrituras nos enseñan acerca de las familias justas, podemos deducir cómo debió haber sido la vida familiar de Jesús.
«Yo lo he escogido para que mande a sus hijos y descendientes que obedezcan mis enseñanzas y hagan todo lo que es bueno y correcto, para que yo cumpla todo lo que le he prometido (Génesis 18:19).
«Y cuando sus hijos les pregunten: “¿Qué significa esta ceremonia?”, ustedes deberán contestar: “Este animal se sacrifica en la Pascua, en honor del Señor. Cuando él hirió de muerte a los egipcios, pasó de largo por las casas de los israelitas que vivían en Egipto, y así salvó a nuestras familias”» (Éxodo 12:26–27).
Dale buena educación al niño de hoy, y el viejo de mañana jamás la abandonará (Proverbios 22:6).
Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino más bien edúquenlos con la disciplina y la instrucción que quiere el Señor (Efesios 6:4).
Porque me acuerdo de la fe sincera que tienes. Primero la tuvieron tu abuela Loida y tu madre Eunice, y estoy seguro de que también tú la tienes (2 Timoteo 1:5).
No era cualquier niño que crecía en la casa de María y José, pero eso no eliminaba la responsabilidad que tenían de amar, criar, entrenar y guiarlo. Su papel era tan importante que Lucas nos dice que Jesús «crecía y se hacía más fuerte, estaba lleno de sabiduría y gozaba del favor de Dios».
Si eres padre o madre, abuelo o abuela, tío o tía, padrino o madrina, también tienes una responsabilidad de invertir en la vida espiritual de los preciosos niños que están en tu ambiente y bajo tu tutela. ¡Que Dios nos capacite para prepararlos!
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