El maratón de Nueva York
No soy maratonista, ni hijo de maratonista. Durante los quince años que viví en Nueva York, nunca fui a ver a los que participaban en el tan famoso maratón. El primer domingo de noviembre, para mí cada año, era un día para evitar la muchedumbre y buscar una ruta alternativa por las calles cerradas debido al maratón. Pero este año fue diferente.
Este año me convertí en papá de un maratonista. Mi hijo Eric (en la foto arriba) comenzó a correr hace más o menos un año. Para él, fue una clase de terapia, una distracción necesaria para una vida en crisis. En medio de muchos cambios en su vida, y encontrándose con pocas respuestas de cómo salir de una adicción, sin trabajo y sin lugar para vivir, tuvo la valentía de entrar a un programa con una misión en Nueva York. Allí aprendió de un grupo llamado «Back on My Feet». Junto a ellos salía muy temprano cada mañana, a fin de enfocarse en correr y no en el vicio que había roto su vida y destrozado sus sueños. Primero, unos kilómetros, después, cinco kilómetros, en marzo medio maratón, pero la meta siempre fue prepararse, entrenarse y correr en el maratón de Nueva York.
En julio, mi hijo cumplió un año de estar sobrio. En resumen, estaba trabajando a tiempo completo y tenía un lugar donde vivir, pero la meta seguía siendo correr y terminar el maratón. Con mucha emoción, toda la familia—incluyendo sus padres, sus dos hermanas, sus ocho sobrinos y uno de sus cuñados—estuvo presente para presenciar el maratón—sin que importara la muchedumbre, las calles cerradas, ni el acto terrorista unos días antes. Teníamos que estar allí y celebrar esta carrera tan importante para mi hijo.
Mi hijo corrió y terminó el maratón en 4 horas, 34 minutos y 12 segundos, a pesar de unos calambres fuertes que le empezaron a atacar al llegar al kilómetro treinta y nueve. Para mi hijo, su gran premio fue completar la carrera, sin que le importe cuánto tiempo le tomó. La verdad es que, para él, el maratón sigue cada día de su vida. Cada día es una etapa más en la gran carrera que llamamos «vida».
Hay por lo menos tres pasajes de la Biblia que hablan de una carrera y cómo la carrera es una metáfora de la vida. Reflexionar sobre la realidad de mi hijo y, en particular, sobre este maratón, me anima en la carrera de mi propia vida.
Correr por el premio
Ustedes saben que en una carrera todos corren, pero solamente uno recibe el premio. Pues bien, corran ustedes de tal modo que reciban el premio. (1 Corintios 9:24)
En este gran maratón, 51,307 personas comenzaron en Staten Island. Al final, en el Parque Central de Manhattan, 50,766 personas cruzaron la línea de llegada. Parece que san Pablo tenía en mente un maratón en este pasaje. Todos estamos en una carrera y todos tenemos la oportunidad de recibir el premio. No es como otras competencias en las cuales hay premio solo para el primero, el segundo y el tercero. En el maratón, todos los que terminan reciben una medalla. La vida es una carrera, y por la gracia de Dios, si terminamos bien, al final de nuestra «carrera» recibiremos el premio de la vida eterna con Dios.
¡Ánimo! ¡Adelante!
Por eso, nosotros, teniendo a nuestro alrededor tantas personas que han demostrado su fe, dejemos a un lado todo lo que nos estorba y el pecado que nos enreda, y corramos con fortaleza la carrera que tenemos por delante. Fijemos nuestra mirada en Jesús, pues de él procede nuestra fe y él es quien la perfecciona. (Hebreos 12:1–2)
Una de las cosas más divertidas el día del maratón fue gritar palabras de ánimo a los que pasaban corriendo. Muchos tenían su nombre en su camiseta, entonces podía gritar: «¡Ánimo, José! ¡Adelante, Jacinta!», sin conocerlos y sin haber estado en su lugar. Como dije, no sé nada de correr un maratón. Pero lo interesante es que la Biblia nos dice que en esta carrera de la vida estamos rodeados por personas que no solo nos están animando, sino que también entienden la carrera y la han corrido. Por supuesto, la lista está encabezada por Jesús, nuestro gran campeón. ¡También nos están animando los apóstoles, los mártires y todos los santos de todos los siglos! Ellos corrieron, terminaron la carrera y recibieron el premio, y quieren que lo hagamos también.
Cruzando la línea de llegada
He peleado la buena batalla, he llegado al término de la carrera, me he mantenido fiel. Ahora me espera la corona merecida que el Señor, el Juez justo, me dará en aquel día. Y no me la dará solamente a mí, sino también a todos los que con amor esperan su venida gloriosa. (2 Timoteo 4:7–8)
A veces, la vida nos preocupa tanto que es difícil enfocarnos en la carrera. El dolor físico (los calambres), el agotamiento (cuarenta y dos kilómetros es una larga distancia para correr; ¿y ochenta años de vida?), la soledad (hay una larga distancia cuando el maratonista tiene que cruzar el río por un puente y no hay nadie para incentivarlo y animarlo). Pero la carrera espiritual es de por vida y tiene un fin que trae una corona merecida, si es que la corremos fielmente. Todo lo que necesitamos para comenzar, correr bien y terminar la carrera lo recibimos de nuestro Señor Jesús, y una de las formas con las que más nos anima es por medio de su palabra que encontramos en la Biblia.
Comenzarás la carrera? ¡Jesús estará contigo! Alrededor de ti hay muchas personas que quieren animarte con su vida y ejemplo. ¡Vámonos!
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