¡No nos gusta escuchar eso! Toda nuestra sabiduría acumulada de más de siete mil millones de personas multiplicada durante milenios de la existencia del hombre sobre la tierra se suma a un montón de tonterías. El apóstol Pablo escribe en 1 Corintios 3:18-19a, «Que nadie se engañe: si alguno de ustedes se cree sabio según la sabiduría de este mundo, vuélvase como un ignorante, para así llegar a ser verdaderamente sabio. Pues la sabiduría de este mundo es pura tontería para Dios» (DHH).
Somos muy sabios a nuestro propio parecer. Tenemos bibliotecas llenas de libros. Tenemos una Internet de conocimiento que simplemente no se detiene. Alguien siempre está escribiendo otro libro. Alguien siempre agrega más datos. ¿Dónde se detiene? Mientras tengamos vida y cerebro, continuaremos produciendo más cosas. A veces, toda esta «sabiduría» nos hace parecer más grandes que la vida y suponemos que somos el «fin de todo» y hay poco o ningún espacio para la sabiduría que proviene de Dios. ¿Cómo se compara nuestra «sabiduría» con la sabiduría que Dios ofrece? El Salmo 94:11 lo declara claramente: «El Señor sabe que el hombre solo piensa tonterías» (DHH). Somos rápidos en menospreciar la sabiduría de nuestros antepasados (aquellos que vivieron en una era diferente), pero Pablo nos recuerda de nuestro defecto que nos consideramos sabios porque vivimos en esta época (el siglo XXI).
Recientemente, en una reunión de funcionarios del gobierno que buscaba sabiduría sobre cómo lidiar con una situación de emergencia, comenzaron con una oración. Algunos criticaron a este grupo por confiar en la oración en lugar de la ciencia. Por supuesto, la suposición era que no puedes ser sabio si también confías en Dios. Afortunadamente, no se trata de tener que seleccionar entre uno u otro.
Cualquier sabiduría que no apunte a Dios es defectuosa desde el principio. Se basa en un cimiento inestable, como la casa que Jesús describe en Mateo 7 —está construida sobre arena, luego viene una tormenta y se derrumba.
Esta sabiduría, incluso podríamos llamarla sabiduría convencional, afirma que conocemos mejor, que podemos corregir nuestros propios errores, cubrir nuestros propios pecados, justificar nuestras acciones, decir las palabras correctas sobre las cosas incorrectas y nadie será más sabio. Qué llamada de atención recibimos cuando descubrimos que nuestros mejores planes tienen un defecto fatal. No somos tan sabios después de todo. Cuando dejamos de lado al autor de la sabiduría, resulta que la mayoría de las veces, ¡estamos echando humo!
La Biblia contiene varios libros clasificados como «literatura de sabiduría». Allí encontramos a Job, algunos de los Salmos, Proverbios, Eclesiastés, El Cantar de los Cantares, y dos libros que se encuentran en los deuterocanónicos: Sabiduría y Eclesiástico). Si se toma el tiempo de leer estos libros, encontrará referencias tras referencias a la sabiduría, a la fuente de la sabiduría, y cómo sin esta sabiduría nuestras vidas irán de mal en peor.
El libro de Proverbios comienza con estas palabras:
Dichos de Salomón, hijo de David, rey de Israel, que tienen como propósito:
comunicar sabiduría e instrucción,
ayudar a comprender palabras llenas de sentido,
adquirir instrucción, prudencia,
justicia, rectitud y equilibrio;
hacer sagaces a los jóvenes inexpertos,
y darles conocimiento y reflexión.
El que es sabio e inteligente, los escucha,
y adquiere así más sabiduría y experiencia
para entender los dichos de los sabios,
y sus palabras, ejemplos y adivinanzas.
La sabiduría comienza por honrar al Señor;
los necios desprecian la sabiduría y la instrucción (Proverbios 1:1-7).
Esta es la verdadera sabiduría. La sabiduría comienza por honrar al Señor; y «los necios desprecian la sabiduría y la instrucción».
Sería interesante y muy útil hacer como práctica, filtrar todo lo que escuchamos a través de estas sabias palabras de Proverbios para discernir si estamos siguiendo la sabiduría de Dios o comprando la «sabiduría» de esta era actual. Este filtro nos ayudará mientras escuchamos a los líderes políticos que invocan las bendiciones de Dios sobre nosotros, pero andan sigilosamente o apoyan descaradamente las acciones impías; a los líderes de la iglesia que insisten en que no hay nada demasiado malo con sus discursos floridos o por guardar el silencio; a los cristianos en general que hablan una cosa y viven otra; y quizá lo más cruel de todo, a aquellos de nosotros que ofrecemos «palabras sabias» sobre la condición humana, pero al hacerlo negamos la sabiduría de Dios.
¿Cuán honestos nos atrevemos a ser con nosotros mismos y con los demás al buscar la sabiduría de Dios? Coloca ese filtro de Proverbios sobre lo que estás diciendo, mirando, leyendo y creyendo. ¿Estas cosas te llevan a la justicia? ¿A la rectitud? ¿Al equilibrio? ¿Una persona joven que sigue tu ejemplo sería conducida a la sabiduría y la experiencia? Y lo más importante, ¿estás tú y aquellos a quienes influencias siendo conducidos a la vida eterna con el Dios todo sabio?
Verdaderamente, todos tenemos que rendir cuentas ante Dios con respecto a nuestras palabras y hechos, lo que hemos hecho y lo que no hemos podido hacer. Conozco mis propias faltas, incluso mis faltas graves, así que no puedo tomar la verdad a la ligera, por el bien de mi propia alma, no puedo ignorar lo que Dios dice y blanquear la verdad que encuentro en su Palabra. Me da escalofríos cuando leo Ezequiel 3: 18-19.
«Puede darse el caso de que yo pronuncie sentencia de muerte contra un malvado; pues bien, si tú no le hablas a ese malvado y le adviertes que deje su mala conducta para que pueda seguir viviendo, él morirá por su pecado, pero yo te pediré a ti cuentas de su muerte. Si tú, en cambio, adviertes al malvado y él no deja su maldad ni su mala conducta, él morirá por su pecado, pero tú salvarás tu vida».
¡Mejor ser tonto que creerme sabio! Que nos encontremos sembrando para el Espíritu, para que podamos cosechar la vida eterna del Espíritu (Gálatas 6:8). ¡Esa es la sabiduría de Dios!
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