Hoy en los Estados Unidos es el día de elecciones, un buen motive para orar.
A través de los tiempos, la iglesia de Jesucristo ha tenido una relación paradójica con los gobiernos de este mundo. Por un lado, la iglesia nace a consecuencia de un «asesinato político», la crucifixión de Jesús de Nazaret, por el gobierno colonial y el ejército romano en Judea.
Por otro lado, con el correr del tiempo la iglesia adquirió poder político llegando a gozar del favor de gobernantes y reyes. Esto quiere decir que en distintos momentos de la historia la iglesia ha sido, tanto perseguida como favorecida, por los gobiernos de este mundo.
Esta situación nos obliga a reflexionar sobre algunas preguntas importantes, ¿cómo puede la iglesia orar por los gobernantes terrenales? ¿Debe una iglesia perseguida orar por quienes le hostigan y oprimen? ¿Puede una iglesia favorecida por el gobierno de turno orar de manera efectiva tanto por el partido en el poder como por la oposición?
La naturaleza humana nos dice que orar por nuestros enemigos es imposible. Nuestra naturaleza pecaminosa nos lleva a pedir el juicio de Dios en contra de aquellos con los que no simpatizamos. Sin embargo, aquellas personas que confesamos a Jesucristo como Señor y Salvador no podemos doblegarnos ante nuestra naturaleza pecaminosa (Romanos 7.5–6). Por el contrario, debemos buscar «las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios» (Colosenses 3:1). Lo que para el «hombre natural» parece locura, es posible para quienes viven bajo la dirección del Espíritu de Dios (1 Corintios 2:14).
No debe sorprendernos, pues, que la Biblia nos ordene orar por los gobernantes, como indica 1 Timoteo 2:1–4:
Ante todo recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias a Dios por toda la humanidad. Se debe orar por los que gobiernan y por todas las autoridades, para que podamos gozar de una vida tranquila y pacífica, con toda piedad y dignidad. Esto es bueno y agrada a Dios nuestro Salvador, pues él quiere que todos se salven y lleguen a conocer la verdad.
Aquí encontramos una enseñanza que el Apóstol Pablo dejó como un legado a Timoteo, su hijo espiritual. El viejo apóstol recomienda que la iglesia persevere en la oración por todo ser humano (versículo 1). Nótate que Pablo menciona cuatro tipos de oraciones: súplicas, oraciones, peticiones y acciones de gracias. De esta manera, el apóstol cubre el amplio campo que abarca la oración. En el versículo 2, Pablo exhorta a extender esas oraciones a quienes ocupan puestos de autoridad en los gobiernos terrenales. De primera intención, esto parece un mero buen consejo que todo ciudadano y que toda ciudadana debe seguir. Sin embargo, una lectura más profunda nos recuerda el contexto histórico del pasaje.
El emperador Nerón gobernó Roma desde el año 54 hasta el 68 del primer siglo. Nerón comenzó su principado a los 16 años. Por algunos años estuvo bajo la tutela de su madre, Agripina, y de su tutor, el filósofo Séneca. Sin embargo, después de la muerte de su madre, en el año 59, Nerón se tornó cada vez más violento y sanguinario. De hecho, Nerón decretó la primera persecución organizada contra la iglesia, después del fuego que destruyó parte de la ciudad de Roma en el año 64. Sus desmanes fueron tantos, que finalmente fue asesinado por sus propios guardaespaldas—la guardia pretoriana—en el año 68.
Ahora podemos comprender cuán sorprendente es la exhortación del apóstol. Pablo le pide a la iglesia que interceda ante Dios aun por aquellos gobernantes que procuran aumentar el dolor del pueblo. ¿Con qué propósito? Debemos orar por la paz, pidiendo tranquilidad y reposo para el pueblo. Debemos pedir que Dios bendiga a nuestros gobernantes, transformando sus corazones, de manera que puedan actuar de manera cónsona con los valores del evangelio. ¿Y cuáles son esos valores evangélicos, valores del reino de Dios? La Biblia nos da un excelente resumen de estas virtudes en Gálatas 5.22–23 (): «Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Contra tales cosas no hay ley».
Esto quiere decir que nuestras oraciones deben estar dirigidas a Dios, pidiendo que su Espíritu Santo transforme a nuestro liderazgo civil, infundiéndole estos valores evangélicos. Deseamos que exhiban el fruto del Espíritu Santo en sus vidas. Además, debemos pedirle a Dios que nuestro liderazgo civil pueda conocer la verdad y actuar conforme a ella. ¿Por qué? Porque la Biblia deja claro que la verdad es una persona; la verdad es Jesús:
«Jesús le contestó:
—Yo soy el camino, la verdad y la vida. Solamente por mí se puede llegar al Padre.» (Juan 14:6)
Si nuestro liderazgo civil cultiva una relación con Dios por medio de Jesucristo, cosecha el fruto del Espíritu y conoce la verdad, viviremos en reposo y quietud. Para que eso sea posible, como cristianos, debemos orar aun por aquellos que no son compatibles con nuestros pensamientos. Solo así, podemos modelar a Jesús.
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