Nos guste o no, el fracaso es una parte inevitable de la vida. Lo enfrentamos en el trabajo, en el hogar y en el ministerio. Desafortunadamente, la sociedad no le da un alto grado de valor al fracaso, por lo que las personas a menudo no están equipadas para enfrentarlo cuando se presenta. Pero el fracaso puede ser una de nuestras herramientas de aprendizaje, especialmente al enseñar a otros sobre la Biblia.
Como líderes, parte de nuestro servicio implica ayudar a las personas a navegar con éxito sus fallas personales y profesionales. Esto lo hacemos dándoles una visión bíblica del éxito, así como mostrarles cómo el fracaso puede conducir al éxito en el reino de Dios. Esto puede ser un desafío, por lo que debemos apoyarnos en los ejemplos que se encuentran en las Escrituras.
El verdadero éxito proviene de encontrar tu «por qué» de ser
La cultura popular presenta el éxito principalmente como un logro, como lograr objetivos y salir adelante. Esto tiene su lugar, por supuesto, pero finalmente no alcanza el éxito genuino. ¡Quizá hayas escuchado la historia del hombre que pasó su vida subiendo la escalera del éxito, solo para llegar a la cima y descubrir que la escalera estaba apoyada contra la pared equivocada! Esto es muy común. Muchas personas pasan sus vidas persiguiendo el éxito como un logro solo para descubrir, después de toda una vida de trabajo, que todo lo que realmente valoran ha sido sacrificado en su altar. Pero, ¿cuál es el resultado de tal vida? ¿Ganas algo si ganas el mundo entero, pero pierdes la vida? ¡Por supuesto que no¡ (véase Marcos 8:36).
Como líder, debes renovar constantemente tu mente y las mentes de quienes lideras en esta área. El verdadero éxito no proviene de la riqueza y los logros, sino de encontrar tu «por qué» de ser. En otras palabras, se trata de descubrir quién Dios te hizo ser y vivir el propósito de Dios para tu vida. Como dijo Pablo: «No vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto» (Romanos 12:2). Las personas exitosas son aquellas que viven de ese lugar donde el regalo único que Dios les ha dado es devuelto al mundo en un servicio humilde y alegre.
No hay éxito sin fracaso
Cuando ves el éxito como un logro, tiendes a ver el fracaso como lo opuesto. En consecuencia, temes al fracaso y haces todo lo posible para evitarlo. Esto ocurre cuando confundes erróneamente el fracaso, que es solo temporal, con la derrota, que es final. La derrota y el fracaso no son lo mismo. La derrota es un fin; el fracaso es un medio. Nadie puede ser derrotado en la vida sino la persona que se rinde por completo. El fracaso puede ser un camino hacia el éxito. Todas las personas exitosas lo saben y han aprendido cómo aprovechar el fracaso en su beneficio.
Por supuesto, algunos fracasos son simplemente el resultado de una mala planificación, preparación inadecuada o falta de habilidad. Otros, sin embargo, tienen lecciones más profundas. El fracaso te ayuda a darte cuenta de quién no eres y qué no estás aquí para hacer. Te recuerda que el lugar al que Dios te llama no es un lugar en absoluto, porque la voluntad de Dios no está vinculada a un solo lugar o vocación (en otras palabras, la voluntad de Dios no es un asunto de dónde trabajas o qué haces, sino de quién eres en Cristo).
Finalmente, el fracaso te ayuda a encontrar tu punto óptimo en la vida, instándote a seguir intentándolo, aunque todo lo que tienes dentro quiere renunciar. Seguramente, al mirar hacia atrás, puedes ver cómo cada experiencia de fracaso te acercó un paso más a darte cuenta de la voluntad de Dios para tu vida. Una vez que veas esto por ti mismo, al examinar tu propia experiencia a través de los lentes de las Escrituras, puedes ayudar a otras personas a verlo por sí mismos.
Los «fracasos» bíblicos son los héroes de hoy
Aunque pueda parecer contradictorio, es a través de la experiencia del fracaso que llegamos a conocer a Cristo en el poder de su resurrección (Filipenses 3:10). Este conocimiento nos da la capacidad de «fallar» a través de los muchos reveses que enfrentamos en la vida. Las Escrituras son la herramienta perfecta para involucrar a las personas en este punto.
Por ejemplo, podrías apropiarte del ejemplo de una figura conocida como Pablo. Pablo era un ministro del evangelio por excelencia, pero su trabajo estaba plagado de lo que podía percibirse como fracasos. Quizá el mayor de todos fue sus repetidos intentos de llegar al pueblo judío, lo que resultó en que lo azotaran, lo encarcelaran y lo echaran de la ciudad. ¿Cuántas veces debe ser rechazado un hombre antes de que finalmente entienda el punto? Sin embargo, fue el aparente fracaso de Pablo para alcanzar a los judíos lo que lo llevó a recurrir a los gentiles. Gracias a esa redirección, ¡estás leyendo este blog 2.000 años después!
Por supuesto, es importante tener en cuenta que Dios siempre tuvo la intención de que Pablo fuera «como luz de las naciones, para que lleves mi salvación hasta las partes más lejanas de la tierra» (Hechos 13:47). Pero si el fracaso se puede resumir como una falta de la meta de uno, entonces parece que Pablo «fracasó» en alcanzar a los judíos como esperaba que lo hiciera. El dolor que sintió por este hecho es evidente en su carta a los romanos (véase Romanos 9:1-3). Sin embargo, fue a través de este «fracaso» que Dios desarrolló su plan para que Pablo llevara el evangelio a los gentiles. Una puerta del ministerio se cerró para que se abriera otra puerta más ancha.
Nuestro ejemplo máximo: Cristo crucificado
La narración bíblica presenta también otros ejemplos, el más importante es Cristo. Desde cierto punto de vista, Cristo crucificado parece ser el mayor fracaso que el mundo haya conocido. Si eso te parece extraño, ve a los Evangelios y observa de cerca la respuesta inmediata de los discípulos a la crucifixión de su maestro. Verás que la cruz no fue una victoria para ellos sino una trágica decepción.
Sin embargo, fue en esta decepción que los discípulos tuvieron su primera experiencia del Cristo resucitado (véase Lucas 24:13-35). Fue allí, en el camino a Emaús, que Cristo revolucionó su comprensión de la historia bíblica y compuso el resultado aparentemente negativo de la cruz ante sus propios ojos. ¡Qué revelación resultó ser!
No será diferente para nosotros, ya que el alumno no es mayor que el maestro (véase Lucas 6:40). Nos guste o no, el camino hacia el éxito en el reino de Dios radica en pasar por el «fracaso». Solo experimentando nuestras propias experiencias personales de «muerte y resurrección» podemos ser equipados para ministrar la vida a otras personas. Y esto lo haremos contando con la gracia de Dios que nos precedió en el Crucificado para iluminar y sostener nuestros corazones hasta el final.
Este blog apareció originalmente en el blog de integración bíblica para líderes de la American Bible Society el 8 de mayo de 2018.
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