Siendo muy chica soñé que perdía a mi madre entre la multitud que se aglomeraba alrededor de mi hasta perderla de vista. Ante mi desesperación desperté sobresaltada y llorando. Mi madre acudió asustada al escuchar mis gritos y me consoló abrazándome y diciéndome frases de aliento. Yo respiré aliviada porque todo había sido un mal sueño. Ella estaba a mi lado y nada malo me podría suceder.
Generalmente soñamos estos sueños cuando somos niños porque vivimos con temor de perder a nuestros padres; ellos representan seguridad y protección. Saber que ambos están siempre al alcance de nuestras necesidades afectivas y espirituales es un consuelo que nos llena de fuerzas.
Al convertirnos en adultos, desde cierto punto de vista, ya no necesitamos protección paternal; ahora son otros los temores y los retos de la vida: ¿a quién acudir cuando el temor nos sobrecoge ante los vendavales cotidianos? La misma vida nos da herramientas para enfrentarla cotidianamente y estas herramientas vienen de Dios.
Los cristianos también sentimos miedo porque es un reflejo natural que sentimos a cualquier edad, es la sensación de que algo inminentemente malo o peligroso nos acecha y también es un arma poderosa que aprovecha Satanás para alterar nuestro comportamiento. El miedo causa mucho daño porque paraliza todo plan que Dios tiene para nosotros afectando la confianza que tenemos en él. El miedo es dañino porque nos impide hacer lo que debemos paralizando nuestras acciones como cristianos.
Dos versículos de la Biblia me dan consuelo en tiempos así. Pues Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino un espíritu de poder, de amor y de buen juicio (2 Timoteo 1:7). El Señor es mi luz y mi salvación, ¿de quién podré tener miedo? (Salmos 27:1).
¿Cómo vencer el miedo?
- Con fe
- Con oración
Confiemos plenamente en el Padre celestial porque nunca nos abandona en cualquier circunstancia que atravesemos. Si construimos nuestra fe sobre una sólida base de confianza en Dios, creyendo confiadamente en que cumplirá todas sus promesas, venceremos el temor, con fe y oración porque: Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza; nuestra ayuda en momentos de angustia. Por eso no tendremos miedo, aunque se deshaga la tierra, aunque se hundan los montes en el fondo del mar (Salmos 46:2-3).
La oración es un arma poderosa del cristiano que lo mantiene en comunicación directa con el Padre celestial. La oración es la conversación cotidiana que sostenemos con él, confiándole nuestras preocupaciones, quebrantos y todo lo que deseamos confesarle en secreto porque solo él podrá darnos la solución a nuestros problemas. La respuesta de Dios vendrá de acuerdo con la relación que establecemos con él.
En la noche de la resurrección de Jesús, sus discípulos se encontraron reunidos con las puertas cerrados por miedo a las autoridades judías. En su Evangelio Juan nos cuenta que Jesús entró y su puso en medio de ellos y les dijo: «¡Paz a ustedes!» No se les dijo una sola vez, sino dos veces. Y el domingo siguiente les dijo lo mismo: «¡Paz a ustedes!»
Orando en todo momento y confiando en Dios podremos vencer el temor a las cosas que nos acontecen. Cada vez que nos afronta el temor podemos clamar a Dios y de la misma manera como lo hizo con los discípulos, Jesús nos dice: «¡Paz a ustedes!».
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