Estamos en un tiempo del año cuando muchas personas se sujetan a experiencias que provocan el susto. En Estados Unidos, al igual que en otros países, los niños y aun los adultos «celebran» el Halloween. Vestidos con disfraces, aun con máscaras, compartiendo cuentos de horror, el día parece tener un propósito principal —¡dar miedo!
En la Biblia leemos de muchas personas que por una razón u otra tenían miedo. «No tengas miedo» es el mandato más repetido en la Biblia. Según el conteo este mandato se encuentra 365 veces en las Escrituras —una vez por cada día del año. A veces las personas dejan que el miedo resulte en cobardía. Otras tienen miedo por su mala acción o desobediencia. Otro grupo de personas, al oír las palabras «No tengan miedo», vencen el miedo y hacen cosas muy importantes que hasta ahora somos los beneficiarios en la historia de la salvación. Vamos a ver a tres de estas personas.
Moisés
El príncipe de Egipto, Moisés, tiene una historia de la cual se puede hacer una película. ¡Espera un momento! Ya lo han hecho. Nació de padres esclavos bajo la pena de muerte. Fue escondido en un canastillo y puesto en el río Nilo. La princesa lo descubrió y lo adoptó y así creció en el palacio de faraón, el rey de Egipto. Supo de su ascendencia; mató a un egipcio por golpear a un hebreo (su paisano) y huyó de Egipto para el desierto de Madián. Años después, mientras pastoreaba a las ovejas de su suegro, se encontró con una zarza ardiente que no se consumía. Allí el Dios de sus antepasados: Abraham, Isaac y Jacob, le habló. «Moisés se cubrió la cara, pues tuvo miedo de mirar a Dios» (Éxodo 3:6). Pero Dios le siguió hablando y le dio la comisión de regresar a Egipto para liberar a su pueblo de la esclavitud. Moisés no perdió el miedo en ese instante, pero después de una larga conversación, Moisés obedeció a Dios y fue el instrumento clave para llevar al pueblo de Israel al borde de la tierra prometida para que se estableciera allí como el pueblo por medio del cual nacerá el Mesías, Jesús.
María
El personaje más importante en la historia de la salvación fuera de Jesús es su madre, la Virgen María. Su momento de tener miedo coincide con la visita del arcángel Gabriel en el pueblo de Nazaret. No sabemos la edad de María en aquel entonces; se cree que era una joven adolescente. Un día, según Lucas 1:28–30, leemos:
El ángel entró en el lugar donde ella estaba, y le dijo:
—¡Salve, llena de gracia! El Señor está contigo.
María se sorprendió de estas palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo:
—María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios.
El hecho de tener un arcángel visitar en su casa con esa noticia sorprendente fue motivo de miedo. Pero al escuchar lo que el ángel le contó desde el trono de Dios, que iba a ser la madre del Hijo de Dios, el mismo que iba a ser el Salvador, ella dio su fiat «Yo soy esclava del Señor; que Dios haga conmigo como me has dicho» (Lucas 1:38).
José
En el relato de María que acabamos de ver, el evangelista Lucas escribe que María «era virgen, pero estaba comprometida para casarse con un hombre llamado José, descendiente del rey David» (Lucas 1:26). Así José llega a ser el tercer personaje que tocamos en este breve resumen de la historia de la salvación. El problema para José es que «María … [quien] estaba comprometida para casarse con [él] … se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo» (Mateo 1:18). José era un hombre justo y no quería denunciar a María, aunque estaba en su derecho. Su plan era separarse de ella en secreto, porque en caso contrario, María hubiera sido sometida a lapidación pública. El evangelista Mateo (1:20–21, 24–25) escribe:
Ya había pensado hacerlo así, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, descendiente de David, no tengas miedo de tomar a María por esposa, porque su hijo lo ha concebido por el poder del Espíritu Santo. María tendrá un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de sus pecados.»
Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y tomó a María por esposa. Y sin haber tenido relaciones conyugales, ella dio a luz a su hijo, al que José puso por nombre Jesús.
¿Y tú?
Seguramente tú también pasas por momentos de miedo sobre tu participación en la gran historia de la salvación. Puede ser cuando sientes un impulso de compartir tu testimonio con un amigo o familiar, puede ser cuando tus compañeros participan en un activo que hace conflicto con tu fe, o puede ser en la oportunidad de ejercer tu talento o don para el servicio de Dios. Las tres personas bíblicas tomaron la decisión de obedecer y la mejor respuesta es la de María: «Yo soy esclava del Señor; que Dios haga conmigo como me has dicho». ¡Que sea la nuestra!
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