Seguimos con nuestra serie «Los Salmos en tu vida».
Cierto que cuando manejamos para ir a cualquier sitio vamos escuchando en muchas ocasiones nuestra canción predilecta en la radio del carro si hemos programado la reproducción en una lista de preferencias y que todo está acorde con nuestro estado de ánimo, pero pocas veces nos acordamos de que en la Biblia existe uno de los cancioneros más amplios por su variedad de temas y su aplicación para los diversos estados anímicos que atravesamos.
Uno de los más hermosos recuerdos de mi infancia que tengo con mi padre es cuando abría su Biblia y me decía que iba a leer uno de los salmos que más le gustaban —el Salmo 46— y con aquella voz hermosa de contra-alto con que Dios lo había dotado y con la que frecuentemente cantaba alabanzas en la iglesia donde vivíamos, comenzaba la lectura de ese precioso cántico.
«Dios es nuestro amparo y fortaleza,
Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones» (Salmos 46:1 RVR1960).
En cuanto aprendí a leer comencé a leerlos, de los ciento cincuenta cánticos que conforman el libro de los Salmos como un amplio cancionero de todos los tiempos, tengo mis preferidos que van acorde con mi estado de ánimo en esos momentos, porque resultan consuelo y apoyo cuando nuestra alma no está en paz consigo misma por las diversas causas que sean.
Al preguntarle a mi padre por qué leía con frecuencia aquel bello himno me respondía invariablemente:
—Porque es un hermoso poema, una petición de apoyo y protección cuando estamos frente a las tribulaciones de la vida y solo encontramos en nuestro Padre celestial el consuelo y la respuesta precisa.
Como bien dicen sus versos:
«Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida,
Y se traspasen los montes al corazón del mar» (Salmos 46:2 RVR1960).
También cuando nos sentimos agradecidos y felices por las respuestas inmediatas de Dios a nuestras peticiones, cuando constatamos su poder y su infinita bondad y somos bendecidos como hijos suyos, hallamos en sus hermosas páginas las palabras adecuadas que nuestro corazón quiere entonar en gesto de gratitud al Dios único, el Dios del universo.
«Cantad a Dios, cantad;
Cantad a nuestro Rey, cantad;
Porque Dios es el Rey de toda la tierra» (Salmos 47:6–7a RVR1960).
Mi padre tenía una fe inquebrantable en Dios, fe que me inculcó con mucho amor, empeño que puso en mi educación desde que era bastante chica y que llevo con orgullo como uno de los aprendizajes más hermosos de mi infancia.
Suelo abrir con frecuencia la Biblia y leer el Salmo 46, además de otros salmos, su lectura me recuerda la hermosa etapa de mi infancia con la convicción de que mi padre desde el cielo me guarda con el mismo celo y amor con que lo hizo en sus años de vida en la tierra, enseñanza que también con el mismo cuidado intento inculcar a mis nietos para que cultiven la sana lectura de la Biblia y la tengan como guía eficaz y permanente en sus vidas de adultos.
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