Un patrón sorprendente en los Evangelios es la forma en que los discípulos de Jesús a menudo parecen sacudidos por su estilo creativo de enseñanza. Luchan por interpretarlo tanto que cuando, al final de su ministerio, Jesús abandona su lenguaje metafórico y comienza a decirles directamente que va a morir, lo felicitan y piden más de este tipo de lenguaje explícito: «Entonces dijeron sus discípulos: —Ahora sí estás hablando claramente, sin usar comparaciones. Ahora vemos que sabes todas las cosas y que no hay necesidad de que nadie te haga preguntas. Por esto creemos que has venido de Dios» (Juan 16:29-30).
Podemos simpatizar con los discípulos. Somos personas ocupadas que queremos saber cómo vivir vidas más piadosas. Pero la Biblia es una obra de arte, multifacética y compleja, y esta complejidad puede hacer que su significado sea difícil de entender. Para los creyentes que desean usar las Escrituras como guía para la vida, la literatura puede parecer un medio inconveniente para la revelación de Dios. La literatura exige a su audiencia. Requiere que estudiemos su contexto, que desarrollemos un conocimiento básico de los dispositivos estilísticos y pensemos de manera no literal sobre lo que está escrito. ¿Cuáles son algunos métodos simples que podríamos usar para profundizar en nuestro enfoque en la literatura de la Biblia?
Experimentar las Escrituras desde adentro
Un buen primer paso podría ser hacer la pregunta: ¿por qué, junto con las narrativas históricas y las epístolas, Dios eligió géneros creativos como la poesía para comunicarse con su pueblo? El erudito y traductor judío, Robert Alter, escribe extensamente sobre la Biblia como un texto fundamentalmente literario. En su introducción a su nueva traducción del Antiguo Testamento hebreo, ataca lo que él llama «la herejía de la interpretación», es decir, la tendencia que existe hace mucho tiempo de los traductores bíblicos de «explicar la Biblia» en lugar de presentarla como es: una obra de arte compleja cuyos aspectos creativos son inseparables de su mensaje.
Si Dios eligió un medio creativo para hablar con su pueblo, entonces tiene sentido comprometerse creativamente con su Palabra. Un método de compromiso creativo proviene de Ignacio de Loyola, cofundador de la Orden de los Jesuitas. Ignacio escribió que cuando se trata de la Escritura «... no es saber mucho, sino darse cuenta y saborear las cosas interiormente, eso contenta y satisface el alma». En otras palabras, lo que realmente necesitamos de la Escritura no es un conjunto abstracto de principios que se suma a nuestro conocimiento, sino más bien una historia que cuenta convincentemente la verdad sobre nosotros y sobre Dios. Lo que importa no es solo lo que dicen las Escrituras, sino cómo lo dicen.
Operando bajo esta suposición, Ignacio desarrolló una serie de métodos creativos para involucrarse con las Escrituras, incluido el ejercicio que ahora se conoce simplemente como «Contemplación ignaciana». Para usar este método, tomamos una escena de los Evangelios e intentamos «ingresarla» imaginativamente usando los cinco sentidos. A diferencia de la exégesis, la Contemplación ignaciana nos pide que nos involucremos en la historia de Jesús, no en el nivel de principio, sino en el nivel de nuestras entrañas, para experimentar a Jesús como su compañero activo y no como un observador pasivo.
Conviértete en salmista
Pero, ¿qué debemos hacer con las partes no narrativas de las Escrituras? Si «volver a contar» creativamente las historias incluidas en los Evangelios puede ayudarnos a abordarlas de nuevas maneras, entonces quizá un enfoque poético podría ser mejor cuando se trata de la poesía de las Escrituras.
Una de las formas más confiables de aprender los entresijos de algo es imitarlo. En sus propias escuelas, los griegos y los romanos instruyeron a sus alumnos a aprender a escribir bien copiando el estilo, el lenguaje y la estructura de mejores escritores. Llamaron a esta práctica mimesis, y ha sido un pilar de la educación occidental desde entonces.
La razón por la cual la mimesis funciona es que nos da una visión profesional de lo que estamos copiando. Una vez que hemos pasado un tiempo en un estudio de cine, nuestra experiencia en el cine se vuelve más matizada. Si aprendemos cómo enmarcar un techo o colocar ladrillos para un muro de contención, nuestros ojos notarán nuevos detalles cuando entremos a una casa o jardín. Ganamos una nueva apreciación por el trabajo y la experiencia que se emplearon en la fabricación de estas cosas.
Los Salmos, en sí mismos son obras maestras de la artesanía, a menudo se conocen como una guía para la vida de oración. Pero, como lectores, puede ser fácil ensayar sus sentimientos sin entrar en ellos, leerlos sin detenerse a demorarse. ¿Qué pasaría si, en cambio, respondiéramos miméticamente a la poesía de los Salmos, con poesía? ¿Cómo «volver a contar» los Salmos, ya sea escribiendo sobre los mismos temas desde una perspectiva diferente, o simplemente reformulándolos en nuestras propias palabras, nos permitiría saborearlos más profundamente?
En tus propias palabras
Los salmistas usan metáforas para describir la sed del alma por Dios (Salmos 42:2-3). Usan la repetición para subrayar la urgencia de sus peticiones (Salmos 13:2-3), o para recordarse a sí mismos acerca de la fidelidad de Dios (Salmos 136:10-16). Veamos cómo podría funcionar esto como una ayuda para meditar en el Salmo 42. Los primeros dos versículos del salmo leen, «Como ciervo sediento en busca de un río, así, Dios mío, te busco a ti. Tengo sed de Dios, del Dios de la vida. ¿Cuándo volveré a presentarme ante Dios?»
Imitando este pasaje, podríamos elegir una metáfora diferente para expresar nuestro anhelo por Dios. Las primeras líneas de nuestro poema mimético podrían leer: «Como la flor necesita sol y agua para sobrevivir, / así mi alma te necesita a ti, Señor y tu Espíritu Santo». Empleando las metáforas del salmista y el dispositivo de repetición, hemos imitado algunos de los aspectos clave del poema, pero en nuestras propias palabras. O, en un momento de frustración personal, podríamos mirar el Salmo 13 como modelo para la mimesis. «Señor, ¿hasta cuándo me olvidarás? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuándo te esconderás de mí? ¿Hasta cuándo mi alma y mi corazón habrán de sufrir y estar tristes todo el día?» (versículos 2–3). Imitando la estructura y el tono de estos versículos, podríamos escribir: «Dios, ¿cuánto tiempo te quedarás callado? / ¿Cuántas veces quieres que te repita mis peticiones? / ¿Cuánto tiempo debo luchar con la confusión y los pensamientos deprimentes / antes de que me respondas con alivio?» Una vez más, hemos entrado en la experiencia del salmo y lo hemos hecho un poco más nuestro. Quizá lo más importante es que hemos permitido que las Escrituras den forma al contenido de nuestra oración.
Obviamente, incluso los lectores de la Biblia que tienen experiencia escribiendo poesía no lograrán el dominio de los salmistas bíblicos. Pero el punto de integrar la poesía bíblica con la poesía no es principalmente crear un buen arte, sino lograr una comprensión más profunda de Dios y de la Biblia. Cuando escribimos poesía en la mímica de un poeta bíblico, nos vemos obligados a integrarnos con la Escritura como compañeros creadores. Estamos sentados al lado del salmista y probándolo. Al hacerlo, estamos obligados a ver la Escritura y al Dios a quien se dirige, bajo una nueva luz. De hecho, al escribir nuestros propios salmos, podríamos darnos cuenta de que parte de la razón por la que Dios eligió incluir la poesía en la Biblia es que su lenguaje rico y complejo expresa los anhelos del corazón humano de una manera que ningún otro género puede hacer.
Originalmente publicado en inglés en el Engager’s Blog de American Bible Society el 10 de junio de 2019.
Leer más posts sobre: Equilibrio, Tiempo Devocional
Gracias al apoyo fiel de nuestros socios financieros, American Bible Society ha ayudado a las personas a interactuar con el mensaje transformador de la Palabra de Dios por más de 200 años.
Ayúdanos a compartir la Palabra de Dios con los más necesitados
Haz Tu Donación AhoraSubscríbete
Quiero recibir consejos, materiales y recursos bíblicos.