Reflexiona:
«¡Mujer, tú sí que tienes confianza en Dios! Lo que me has pedido se hará».
Piensa:
Un estudio reciente sobre los índices de felicidad indicaba que la depresión y los suicidios han incrementado alarmantemente en poblaciones cada vez más jóvenes. Como parte de sus conclusiones el estudio señalaba que a partir de la generación X, luego los milenios (generación Y), y ahora los centenales (generación Z), han tenido una gran influencia de la filosofía de la «gratificación inmediata». Por años nos han bombardeado con películas en las que un miembro de la familia real se enamora de la plebeya y toda su vida se resuelve en un: «vivieron felices para siempre…», cada vez tenemos más cosas de preparación instantánea, comida rápida, citas rápidas, matrimonios exprés, etc. Creemos que la felicidad está a «un clic de distancia».
Pero la vida tiene duras formas de traernos a la realidad y demostrarnos que la felicidad no se encuentra, sino que se debe construirse. Es necesario esforzarnos, insistir en nuestras metas, caernos y levantarnos, arruinarlo y componerlo; perdernos y volvernos a encontrar.
¿Cómo sería la historia que vemos en el Evangelio de hoy si sucediera en nuestros días?
La señora seguramente se hubiera enterado de Jesús por algún video viral en las redes sociales, no faltaría gente subiendo videos sobre los muertos que resucitan y los ciegos que vuelven a ver, todos los noticieros querrían entrevistarlo y pedirle que haga un milagro en vivo. Esta mujer buscaría sus redes sociales y le enviaría mensajes, correos, buscaría a sus amigos (los discípulos) y les contaría sobre la enfermedad de su hija, llamaría al programa de «Laura» o «Make a Wish» para pedir que le ayuden a que le llegue su mensaje, y un día recibiría un mensaje de Jesús diciéndole que no la ayudaría. Y entonces, cualquiera de nosotros se sentaría a llorar y quizá hasta haríamos un hashtag negativo para quejarnos de su falta de interés. Pero esta mujer no se rendiría, seguiría insistiendo hasta que por fin un día Jesús le cumpla su petición.
Ahora te invito a pensar: ¿cuántas cosas hay en tu vida que das por perdidas y en las que has dejado de insistir? ¿Cuáles son esas peticiones en las que te has dado por vencido? ¿Estás convencido de que Dios no te escuchó? ¿No será que solo te falta insistir un poco más y demostrar que realmente confías en que él todo lo puede?
Dialoga:
Señor Jesús, dame la gracia de saber imitar a esta mujer cananea, que nunca me canse de insistir y de poner mis necesidades en tus manos, que mi confianza se mantenga firme y que mi corazón siempre este dispuesto a escucharte. Ayúdame a ser perseverante y humilde en mis peticiones para que Dios me permita alcanzar aquellas cosas que son para el bien de mi alma y de mis hermanos.
Concéntrate:
Repite varias veces durante el día: «Señor, que no me canse de insistir en mi oración»
Recalculando:
Para recalcular tu vida hoy, te invito a que tomes de esa lista de cosas por hacer que nunca lograste terminar, una de estas cosas la vas a realizar con la ayuda del Señor. Puede ser tan sencillo como disponer de media hora para hacer ejercicio, o tomar unos minutos antes de alguna actividad para reflexionar en la vida. Durante una semana lleva nota de los avances y al final, puedes hacer un análisis si verdaderamente poner en oración, aunque sea una pequeña meta, te hace vivir mejor. La vida cristiana es una escalera con pequeños pasos que hay que subir poco a poco.
Texto del Evangelio de hoy: San Mateo 15:21-28
Jesús se fue de allí a la región de Tiro y de Sidón. Una mujer de esa región, que era del grupo al que los judíos llamaban cananeos, se acercó a Jesús y le dijo a gritos:
—¡Señor, tú que eres el Mesías, ten compasión de mí y ayúdame! ¡Mi hija tiene un demonio que la hace sufrir mucho!
Jesús no le hizo caso. Pero los discípulos se acercaron a él y le rogaron:
—Atiende a esa mujer, pues viene gritando detrás de nosotros.
Jesús respondió:
—Dios me envió para ayudar sólo a los israelitas, pues ellos son para mí como ovejas perdidas.
Pero la mujer se acercó a Jesús, se arrodilló delante de él y le dijo:
—¡Señor, ayúdame!
Jesús le dijo:
—No está bien quitarles la comida a los hijos para echársela a los perros.
La mujer le respondió:
—¡Señor, eso es cierto! Pero aun los perros comen de las sobras que caen de la mesa de sus dueños.
Entonces Jesús le dijo:
—¡Mujer, tú sí que tienes confianza en Dios! Lo que me has pedido se hará.
Y en ese mismo instante su hija quedó sana.
Texto bíblico: Traducción en lenguaje actual ® © Sociedades Bíblicas Unidas, 2002, 2004.
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