Reflexiona:

«Se supone que ustedes deben enseñar al pueblo a obedecer a Dios, pero ni ustedes mismos lo hacen».

Piensa:

¿Alguna vez te has fijado en los entrenadores de los gimnasios? Casi siempre pensamos que el que el más musculoso es el que sabe mejor como conseguir un gran físico, pero muchas veces ellos no logran eso por si mismos, sino porque tienen a un entrenador que muchas veces no se destaca físicamente, pero tiene conocimientos de anatomía, ejercicio, nutrición, entre otros y por eso es capaz de ayudar a los deportistas a alcanzar sus metas. Por eso no debemos dejarnos llevar por las apariencias.

En la vida espiritual también sucede algo similar, hay personas que van por la vida hablando de caridad, de bondad, predicando el bien; pero solamente en apariencia, en el fondo no son capaces de comprender lo que predican, y por lo tanto no lo hacen vida.

En el Evangelio de hoy Jesús les reprocha a los maestros de la ley que se preocupen tanto por las cosas externas: las ofrendas, el oro, la farándula; pero que lleven una vida al mismo tiempo tan alejada de Dios, porque no viven con amor y al servicio del pueblo, como deberían. Y hoy ese reproche es para muchos de nosotros, a veces también vamos por ahí aparentando ser buenas personas, juzgamos duramente a quien miente, roba o engaña; pero cuando creemos que nadie nos ve, caemos en las mismas actitudes. Es decir: somos hipócritas.

Se dice que nadie puede enseñar lo que no comprende, y por eso si no somos capaces de creer verdaderamente en el evangelio, nunca seremos capaces de ayudar a otros a creer, y por el contrario quizá nos convirtamos en un estorbo para que otros puedan llegar a la salvación.

Hoy Jesús nos invita a hacer un acto de reflexión para hacer cambios trascendentales en nuestras vidas, es momento de dejar de lado las apariencias y empezar a poner empeño en hacer vida las cosas de las que hablamos. El consejo ayuda, pero es el ejemplo el que convence.

Hagamos propósito de dejar de hablar del bien, y empezar a practicarlo; verás como poco a poco empiezas a lograr un cambio en las personas que están a tu alrededor. Solo hay que ser honestos con nosotros mismos, y valientes para hacer el cambio.

Dialoga:

Señor Jesús, perdóname por las veces en las que he dejado que las apariencias controlen mis actitudes, dame el valor para saber vivir una vida buena de corazón; ayúdame a saber darle valor a las cosas realmente importantes para ti y que pueda con mi ejemplo ayudar a que otros te conozcan y te sigan.

Concéntrate:

Repite varias veces durante el día: «Señor, que siempre sepa valorar lo importante»

Recalculando:

Hoy Jesús nos invita a hacer una revaloración de nuestras prioridades, aprendamos a valorar las cosas que realmente importan. Haz un momento de reflexión para pensar ¿qué cosas son importantes en tu vida? ¿Vale la pena poner eso por encima de lo demás? De no ser así, comienza a hacer un cambio. Comienza con una cosa concreta.

Texto del Evangelio de hoy: San Mateo 23:13-22

Jesús les dijo a los fariseos y a los maestros de la Ley:

«¡Qué mal les va a ir, hipócritas! Ustedes les cierran la puerta del reino de Dios a los demás. Y ni entran ustedes ni dejan que otros entren.

»¡Qué mal les va a ir, hipócritas! Ustedes van por todas partes tratando de ganar un seguidor y, cuando lo consiguen, lo hacen dos veces más merecedor del infierno que ustedes mismos.

»¡Qué mal les va a ir! Se supone que ustedes deben enseñar al pueblo a obedecer a Dios, pero ni ustedes mismos lo hacen. Enseñan que se puede no cumplir una promesa, si se jura sólo por el templo; pero que se debe cumplir esa promesa, si se jura por el oro del templo. ¡Ustedes no saben nada, son unos tontos! No se dan cuenta de que el templo es más importante que el oro, y que el templo hace que el oro sea valioso ante Dios.

»También enseñan que se puede no cumplir una promesa, si se jura sólo por el altar del templo; pero que se debe cumplir esa promesa si se jura por la ofrenda que está sobre el altar. ¡Ignorantes! El altar de Dios es más importante que la ofrenda, y hace que la ofrenda sea valiosa ante Dios. Cuando una persona hace una promesa, y jura por el altar del templo que la cumplirá, está jurando no sólo por el altar, sino también por todo lo que hay sobre el altar. Y si alguien jura por el templo, no sólo está jurando por el templo, sino también por Dios, que vive allí. Si jura por el cielo, también jura por Dios, porque el trono de Dios está en el cielo».

Texto bíblico: Traducción en lenguaje actual  ® © Sociedades Bíblicas Unidas, 2002, 2004.