Reflexiona:
Ese día, el Espíritu Santo le ordenó a Simeón que fuera al templo.
Piensa:
Vivimos en la era de las comunicaciones. Podemos hacer llamadas a cualquier hora, casi a cualquier parte del mundo. Todos estamos conectados, e incluso sufrimos si por un momento se cae la red de nuestro móvil, pero ¿te has puesto a analizar cuánta de esa información que recibes a cada minuto es realmente útil? Revisa los últimos 10 mensajes en tu WhatsApp. ¿Es algo importante? ¿Es información imprescindible? En la mayoría de los casos la respuesta será negativa, ¿cierto?
Esto es algo que nos presenta el evangelio de hoy: dos personas que viven en constante comunicación con Dios, con la fuente de la sabiduría; y que, como fruto de esa intimidad con Dios, saben reconocer en ese pequeño niño al Salvador, al Mesías que venía a dar cumplimiento a todas las profecías. Donde todos los demás ven a una simple familia yendo a cumplir el rito que marcaba la ley, ellos ven la encarnación de las promesas de Dios.
No te asustes, no estamos sugiriendo que dejes a partir de hoy tu vida cotidiana y te recluyas en el templo a orar; pero si es muy importante, que dediquemos un momento del día a desconectarnos de todas las redes sociales, para dedicarle ese tiempo a dialogar con Dios. Él siempre tendrá algo novedoso y útil para compartir contigo. Date la oportunidad de escucharlo, de dialogar con él y permite que él guíe tus pasos.
Dialoga:
Padre mío, que supiste inspirar los corazones de Simeón y Ana a través de la oración, permíteme imitarlos en mi vida diaria para saber siempre comunicarme contigo. Dame un corazón atento para reconocer tus inspiraciones y para saber escucharte a cada paso. Manda tu espíritu para que guíe cada uno de mis pasos para que pueda encontrarte.
Concéntrate:
Repite varias veces durante el día: «Señor, llévame hacia ti»
Recalculando:
Hoy te invitamos a iniciar, si es que no es un hábito tuyo, una nueva actitud de oración. Dedica un momento del día a platicar con Dios, deja en sus manos tus preocupaciones y date la oportunidad de escucharlo. Como segunda actitud puedes hacer el ejercicio de escuchar a Dios en las personas que te encuentras por el camino ¿Qué te dice Dios a través de esas personas? ¿A qué te invita? ¿Cómo vas a responder a ese mensaje?
Texto del Evangelio de hoy: San Lucas 2:22-40
Cuarenta días después de que Jesús nació, sus padres lo llevaron al templo de Jerusalén para presentarlo delante de Dios. Así lo ordenaba la ley que dio Moisés: «Cuando el primer niño que nace es un varón, hay que dedicárselo a Dios.» La ley también decía que debían presentar, como ofrenda a Dios, dos pichones de paloma o dos tórtolas.
En ese tiempo había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que obedecía a Dios y lo amaba mucho. Vivía esperando que Dios libertara al pueblo de Israel. El Espíritu Santo estaba sobre Simeón, y le había dicho que no iba a morir sin ver antes al Mesías que Dios les había prometido.
Ese día, el Espíritu Santo le ordenó a Simeón que fuera al templo.
Cuando los padres de Jesús entraron en el templo con el niño, para cumplir lo que mandaba la ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios diciendo:
«Ahora, Dios mío,
puedes dejarme morir en paz.
»¡Ya cumpliste tu promesa!
»Con mis propios ojos
he visto al Salvador,
; a quien tú enviaste
y al que todos los pueblos verán.
»Él será una luz
que alumbrará
; a todas las naciones,
y será la honra
de tu pueblo Israel.»
José y María quedaron maravillados por las cosas que Simeón decía del niño.
Simeón los bendijo, y le dijo a María: «Dios envió a este niño para que muchos en Israel se salven, y para que otros sean castigados. Él será una señal de advertencia, y muchos estarán en su contra. Así se sabrá lo que en verdad piensa cada uno. Y a ti, María, esto te hará sufrir como si te clavaran una espada en el corazón.»
En el templo estaba también una mujer muy anciana, que era profetisa. Se llamaba Ana, era hija de Penuel y pertenecía a la tribu de Aser. Cuando Ana era joven, estuvo casada durante siete años, pero ahora era viuda y tenía ochenta y cuatro años de edad. Se pasaba noche y día en el templo ayunando, orando y adorando a Dios.
Cuando Simeón terminó de hablar, Ana se acercó y comenzó a alabar a Dios, y a hablar acerca del niño Jesús a todos los que esperaban que Dios liberara a Jerusalén.
Por su parte, José y María cumplieron con todo lo que mandaba la ley de Dios y volvieron a su pueblo Nazaret, en la región de Galilea.
El niño Jesús crecía en estatura y con poder espiritual. Estaba lleno de sabiduría, y Dios estaba muy contento con él.
Texto bíblico: Traducción en lenguaje actual ® © Sociedades Bíblicas Unidas, 2002, 2004.
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