Reflexiona:
«José y María llevaron a Jesús al templo de Jerusalén para presentarlo delante de Dios. Así lo ordenaba la ley que dio Moisés.»
Piensa:
Casi todos nosotros, de niños, teníamos un juguete que nos gustaba mucho y no queríamos compartirlo, queríamos que fuera solo nuestro. También en nuestra vida adulta muchas veces nos ocurre que, cuando conseguimos ciertas cosas, no queremos compartirlas con nadie, porque sentimos que es solo nuestro.
Hoy José y María nos dan una lección sobre generosidad, cuando ellos reciben la mayor de las bendiciones en su hijo, no lo guardan para sí mismos, no lo esconden; sino que lo entregan y lo ponen en manos de Dios.
Muchas veces dejamos que el egoísmo nos haga sentirnos dueños de las cosas, pero cuando esto sucede, no somos capaces de disfrutar realmente de esas cosas, porque se convierten en distracciones y nos aíslan. Pero si somos generosos y ponemos en manos de Dios todo cuanto recibimos, él las multiplica y la alegría de compartir llena nuestros corazones y nos hace más felices.
Dialoga:
Señor Jesús, todo cuanto soy y cuanto tengo viene de ti. Hoy pongo en tus manos mi ser, entrego a tu voluntad mi cuerpo, mi mente y mi corazón para que tú lo transformes en una ofrenda y la multipliques en bendiciones para todos mis hermanos. Dame la gracia de saber entregarme a ti y abandonarme a tu voluntad. Amén.
Concéntrate:
Repite varias veces durante el día “Señor, pongo en tus manos todo lo que tengo y lo que soy»
Recalculando:
La generosidad se puede vivir en varias formas. Hoy te invitamos a buscar una forma de practicarla con tu familia, con tus amigos o con tu comunidad. No te limites solo a la generosidad económica. En tu casa puedes dedicar tiempo para ayudar a tus hermanos(as) con sus deberes escolares; en tu comunidad puedes poner en servicio tus habilidades para colaborar con una buena causa. También invita a tu familia o amigos a participar juntos en algún acto de caridad.
Texto del Evangelio de hoy: San Lucas 2:22-35
Cuarenta días después de que Jesús nació, sus padres lo llevaron al templo de Jerusalén para presentarlo delante de Dios. Así lo ordenaba la ley que dio Moisés: «Cuando el primer niño que nace es un varón, hay que dedicárselo a Dios.» La ley también decía que debían presentar, como ofrenda a Dios, dos pichones de paloma o dos tórtolas.
En ese tiempo había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que obedecía a Dios y lo amaba mucho. Vivía esperando que Dios libertara al pueblo de Israel. El Espíritu Santo estaba sobre Simeón, y le había dicho que no iba a morir sin ver antes al Mesías que Dios les había prometido.
Ese día, el Espíritu Santo le ordenó a Simeón que fuera al templo.
Cuando los padres de Jesús entraron en el templo con el niño, para cumplir lo que mandaba la ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios diciendo:
«Ahora, Dios mío, puedes dejarme morir en paz.
»¡Ya cumpliste tu promesa!
»Con mis propios ojos he visto al Salvador, a quien tú enviaste y al que todos los pueblos verán.
»Él será una luz que alumbrará a todas las naciones, y será la honra de tu pueblo Israel.»
José y María quedaron maravillados por las cosas que Simeón decía del niño.
Simeón los bendijo, y le dijo a María: «Dios envió a este niño para que muchos en Israel se salven, y para que otros sean castigados. Él será una señal de advertencia, y muchos estarán en su contra. Así se sabrá lo que en verdad piensa cada uno. Y a ti, María, esto te hará sufrir como si te clavaran una espada en el corazón.»
Texto bíblico: Traducción en lenguaje actual ® © Sociedades Bíblicas Unidas, 2002, 2004.
Leer más posts sobre: Lectio Divina
Gracias al apoyo fiel de nuestros socios financieros, American Bible Society ha ayudado a las personas a interactuar con el mensaje transformador de la Palabra de Dios por más de 200 años.
Ayúdanos a compartir la Palabra de Dios con los más necesitados
Haz Tu Donación AhoraSubscríbete
Quiero recibir consejos, materiales y recursos bíblicos.