Reflexiona:
«El hombre creyó lo que Jesús dijo, y se fue»
Piensa:
Nos hemos vuelto tan desconfiados que no se nos hace raro pedir o tener que dar pruebas para creer o demostrar las cosas. Si compramos una oferta nos aseguramos de guardar la garantía, si hacemos un préstamo firmamos un pagaré. Nos hemos acostumbrado a no confiar.
El evangelio de hoy nos narra un milagro, pero lo interesante del relato no es el milagro en sí, sino las circunstancias en las que se da: lo pide un romano que además de ser un extranjero era enemigo político de los judíos. Sin embargo, es él quien se acerca, quizá por desesperación ante la pérdida de su hijo, y recibe una especie de negativa por parte de Jesús. Sin embargo, insiste y recibe una respuesta. Jesús le pide confiar a ciegas, no fue personalmente a realizar el milagro, simplemente le dijo: «Regresa a tu casa. Tu hijo vive». Esto fue suficiente para que el romano creyera. Así es como se obran los milagros en nuestras vidas, no basta con el poder de Dios, es necesario dejarlo actuar, creerle, confiar en él sinceramente.
Cuántas veces nos acercamos a la oración en los momentos de desesperación y pedimos algo a Dios, pero con desconfianza, como poniéndolo a prueba e incluso ponemos condiciones, «si se me cumple esto… haré aquello», como si pudiéramos negociar el amor de Dios.
El texto de hoy es un recordatorio y una invitación a confiar, a ser más como ese romano, a dejar que sea Dios quien actúe a su modo; no pongamos condiciones, simplemente dejemos las cosas en sus manos y confiemos en su amor. Él sabe qué y cuándo las cosas deben llegar a nuestras vidas.
¿Estás dispuesto a dejar todo en manos de Dios? ¿Cuánta confianza tienes en qué él puede aliviar tus penas y problemas?
Dialoga:
Señor Jesús, gracias por todas las maravillas que has obrado en mi vida, por el regalo de la vida y por tu infinito amor. Perdóname por los momentos de flaqueza en que mi fe débil desconfía de tu gracia y de tu poder. Permíteme un corazón firme que siempre esté dispuesto a abandonarse en tus manos y dejar que tu actúes en mi vida. Dame una fe fuerte como la de ese funcionario para que pueda creer y así tu palabra obre milagros en mi vida y en la de mis hermanos.
Concéntrate:
Repite varias veces durante el día: «Señor, ayúdame a creer»
Recalculando:
Seguramente hay personas que te rodean y no tienen fe en Jesús y tampoco creen en Dios. Hoy eres tú la persona escogida por el Señor para llegar a una persona (así como alguien llegó a ti con la Palabra de Dios). Háblale de tu experiencia, háblale de la diferencia que tú sientes por ser creyente, que si no creyeras. Tal vez esta persona crea por tu convicción y tu amor desinteresado. Y sin saberlo tú vas creciendo en tu propia imagen.
Texto del Evangelio de hoy: San Juan 4:43-54
Algunos no trataban bien a Jesús cuando él les hablaba. Por eso Jesús dijo una vez: «A ningún profeta lo reciben bien en su propio pueblo.»
Después de estar dos días en aquel pueblo de Samaria, Jesús y sus discípulos salieron hacia la región de Galilea. La gente de Galilea lo recibió muy bien, porque habían estado en la ciudad de Jerusalén para la fiesta de la Pascua, y habían visto todo lo que Jesús hizo en aquella ocasión.
Más tarde, Jesús regresó al pueblo de Caná, en Galilea, donde había convertido el agua en vino. En ese pueblo había un oficial importante del rey Herodes Antipas. Ese oficial tenía un hijo enfermo en el pueblo de Cafarnaúm. Cuando el oficial supo que Jesús había viajado desde la región de Judea a Galilea, fue y le pidió que lo acompañara a su casa y sanara a su hijo, pues el muchacho estaba a punto de morir.
Jesús le contestó:
—Ustedes sólo creen en Dios si ven señales y milagros.
Pero el oficial insistió:
—Señor, venga usted pronto a mi casa, antes de que muera mi hijo.
Jesús le dijo:
—Regresa a tu casa. Tu hijo vive.
El hombre creyó lo que Jesús dijo, y se fue. Mientras regresaba a su casa, sus criados salieron a su encuentro y le dijeron: «¡Su hijo vive!»
El oficial les preguntó a qué hora el muchacho había empezado a sentirse mejor, y ellos respondieron: «La fiebre se le quitó ayer a la una de la tarde.»
El padre del muchacho recordó que, a esa misma hora, Jesús le había dicho: «Regresa a tu casa. Tu hijo vive.» Por eso, el oficial del rey y toda su familia creyeron en Jesús.
Ésta fue la segunda señal que Jesús hizo en Galilea al volver de Judea.
Texto bíblico: Traducción en lenguaje actual ® © Sociedades Bíblicas Unidas, 2002, 2004.
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